"Don Manuel y el Mundialito"
Don Manuel nos llamó cinco días antes para pedir la proyección de nuestro documental en el acto de clausura del Mundialito de la Inmigración en Granada. Don Manuel nos dijo que lleváramos nuestro proyector, ya que él no disponía de uno y no había forma de contactar con ninguna institución en Granada que se lo prestara porque todos estaban de vacaciones.
Conseguimos un proyector en pocas horas en Onda, a pesar de las vacaciones, y allá que nos fuimos la presidenta de la asociación, Mª Teresa, su marido, Vicent, Alfredo y un servidor, no sin echar en falta a nuestra guionista Clarisa, quien disfrutaba de sus merecidas vacaciones con los suyos en Argentina.
Don Manuel nos había invitado a los cuatro a una comida a la que también asistirían el embajador de Ecuador y varias autoridades locales y autonómicas. Magnífica comida en el restaurante El Guerra de Huétor-Vega. Ni un pero. Bueno, a decir verdad, a todos nos extrañó que el comedor preparado para unas 70 personas no se llenara más que a la mitad ya desde los entrantes (¿qué harían con tanta comida de menos? – Hay que ver, qué poca formalidad la de no acudir a una comida a la que te invitan...) El señor embajador y su séquito nos hicieron esperar como una hora, pero en cuanto llegó y se bebió su cerveza, Don Manuel y él mismo demoraron un poco más nuestras ansias de llevarnos a la boca algún sabroso manjar que había dispuesto sobre la mesa con unos breves discursos patrióticos. Nuestra mesa, preparada con delicias de la tierra para ocho personas y a la cual sólo había la mitad sentada, nos brindó así la posibilidad de repetir sin rubor de todo aquello que deseábamos, pues el viaje de seis horas desde Castellón nos había despertado el hambre.
Don Manuel nos había invitado a los cuatro a una comida a la que también asistirían el embajador de Ecuador y varias autoridades locales y autonómicas. Magnífica comida en el restaurante El Guerra de Huétor-Vega. Ni un pero. Bueno, a decir verdad, a todos nos extrañó que el comedor preparado para unas 70 personas no se llenara más que a la mitad ya desde los entrantes (¿qué harían con tanta comida de menos? – Hay que ver, qué poca formalidad la de no acudir a una comida a la que te invitan...) El señor embajador y su séquito nos hicieron esperar como una hora, pero en cuanto llegó y se bebió su cerveza, Don Manuel y él mismo demoraron un poco más nuestras ansias de llevarnos a la boca algún sabroso manjar que había dispuesto sobre la mesa con unos breves discursos patrióticos. Nuestra mesa, preparada con delicias de la tierra para ocho personas y a la cual sólo había la mitad sentada, nos brindó así la posibilidad de repetir sin rubor de todo aquello que deseábamos, pues el viaje de seis horas desde Castellón nos había despertado el hambre.
Terminada la comida, quedamos citados por Don Manuel a las 8 de la tarde en el Centro Cultural de Las Gabias, que resultó estar en la población del mismo nombre a pocos kilómetros de Granada, donde teníamos nuestro hotel y donde pensábamos que se iban a desarrollar los actos.
Nos dio tiempo de hacer una pequeña siesta antes de dirigirnos al pueblo de las Gabias. El Centro Cultural estaba junto a los campos de fútbol donde se realizaba el Mundialito, y ya se encontraba casi lleno cuando llegamos. Debía haber aproximadamente unas 250 personas, un público eminentemente formado por ecuatorianos, bolivianos, colombianos y algún que otro argentino, todos ellos participantes en el campeonato. Observamos la presencia de una gran cantidad de público joven. “Perfecto” –pensamos- “lo mejor para nuestra peli.”
Nos dio tiempo de hacer una pequeña siesta antes de dirigirnos al pueblo de las Gabias. El Centro Cultural estaba junto a los campos de fútbol donde se realizaba el Mundialito, y ya se encontraba casi lleno cuando llegamos. Debía haber aproximadamente unas 250 personas, un público eminentemente formado por ecuatorianos, bolivianos, colombianos y algún que otro argentino, todos ellos participantes en el campeonato. Observamos la presencia de una gran cantidad de público joven. “Perfecto” –pensamos- “lo mejor para nuestra peli.”
Dios nos quiso visitar en forma de cable de audio, proporcionado por el simpático técnico de la sala, de cuyo nombre quisiera acordarme, sin el cual la conexión de nuestro portátil con el único “parlante” del que habían dispuesto, no sería posible. Don Manuel nos dijo que podíamos empezar en cuanto llegara el señor embajador, quien se demoró por segunda vez en el día, para nuestro creciente desasosiego. Para hacer tiempo, le dio el micrófono a Alfredo y a Mª Teresa para presentar la película, cosa que hicieron con una brevedad y una concisión digna de mérito, considerando la extensión de los discursos que hubo más tarde.
"Don Manuel" presentando a Alfredo y María Teresa
La llegada de las autoridades desató un torbellino de emociones en nuestro Don Manuel que derivó en la presentación de un colorista grupo de baile ecuatoriano justo en el momento en el que mi dedo estaba a punto de hacer click en el botón de reproducción de mi portátil. Tal era el punto de preparación de la proyección que el grupo de danza hizo su actuación con el logo de nuestro principal patrocinador de fondo en la pantalla.
Un servidor esperando a "darle al Play"
Tras un bonito baile de unos 15 minutos y, ante mi perplejidad por el cambio repentino de planes, escucho como Don Manuel inicia un encendido discurso en favor de las excelencias que el deporte brinda a los inmigrantes para integrarse y más tarde pasa a elogiar de forma apasionada a los gobiernos socialistas central, autonómico y municipal: “son los que más ayudan y quieren a la inmigración” (sic). La respuesta del embajador no fue menos encendida; de hecho, provocó los aplausos espontáneos de una gran parte de la sala, haciendo uso del tono de voz característico de los políticos latinoamericanos, en el momento en que invocaba el esfuerzo y el sacrificio de sus compatriotas emigrantes.
El embajador de Ecuador junto a María Teresa, su esposo Vicent y Alfredo
De nuevo con el dedo preparado para iniciar la reproducción del documental, escucho la presentación de otro grupo de baile, esta vez de Bolivia, que con sus trajes multicolores y sus sombreros de plumas, hicieron las delicias del público. La extrañeza y nerviosismo comenzaban a notarse en nuestros rostros. Le pregunto a Don Manuel cuántos grupos de baile quedan y éste, sin mirarme a la cara, contesta: “ehhh... dos.”
Desconozco el número exacto de bailes y discursos que prosiguieron a esta afirmación, porque mis nervios me llevaron a salir unas cuantas veces del recinto a hacer compañía a Mª Teresa y Alfredo, que ya llevaban rato tomándose con mejor humor que yo la alteración de la programación.
Sobre la mesa de autoridades y en otra cercana al escenario estaban dispuestos los trofeos y medallas que los participantes debían recibir. La pregunta era: ¿cuándo? La respuesta no se hizo esperar. Ya eran las 10 de la noche y Don Manuel se disponía a entregar el primero de unos cuantos. En mi ánimo comenzaba a pesar un sentimiento de amargura que conseguí debilitar pensando que, por lo menos, el acto de entrega de medallas sería el último, y que, aunque tarde, nuestro turno estaba cada vez más cerca.
El optimismo se fue difuminando a medida que el público asistente iba abandonando la sala tras recibir sus familiares y conocidos sus trofeos. “Pero, ¿esta gente sabe que no hemos acabado?” Ignoro la respuesta. Solo sé que, para cuando Don Manuel nos anunció por segunda vez, quedaban en la sala dos filas de personas a las que, desde aquí, queremos mostrar nuestro profundo agradecimiento. Don Manuel no era una de ellas.
Costó relajarse una vez empezada la proyección, pues las puertas de acceso no se cerraron y las personas que habían abandonado la sala se agolpaban fuera comentando sus triunfos y demás cosas causando un molesto murmullo que apenas dejaba oír el sonido que salía del único altavoz que la organización había dispuesto para una sala como dos cines de grande. Para cuando en el documental los Puño en Boka acababan su tema “Permanecer hoy, pensando en el ayer”, el murmullo había terminado, las escasas veinte personas que quedaban en la sala parecían atentas al desarrollo de la película y el embajador dormía plácidamente. Nos relajamos, sonreímos, echamos mano de nuestra capacidad de relativizarlo todo y nos dispusimos, cuando menos, a disfrutar de la tranquilidad de la sala callada y oscura. Son las 11 de la noche.
Don Manuel aparece de entre la oscuridad: “¿Queda mucho?”. Una simple operación matemática le hubiese evitado hacerme la pregunta, ya que él sabía desde el primer día que la peli duraba una hora. “45 minutos”, digo de forma seca y sin despegar la vista de la pantalla. “¿Y no puede hacerlo más corto? Es que nos han llamado del restaurante, que no pueden guardarnos la cena más tiempo...” Mientras mi cara refleja el rostro de la perplejidad y el enfado, respondo: “No se puede hacer más corto. La película dura una hora y usted lo sabía. No se puede acortar. O se para en seco la proyección o se deja hasta el final. Así no se hacen las cosas, pero usted es el organizador, usted decide.” Don Manuel desaparece sin dar respuesta, y yo me levanto y me dirijo a la silla tras el telón que había estado ocupando toda la tarde mientras esperaba a que me dieran el pistoletazo de salida. Allí, el simpático técnico del ayuntamiento, viendo mi cara de estupefacción y consciente de lo que estaba ocurriendo me sonríe y me da unas palmaditas en la espalda, que yo agradezco: “Lo siento”, me dice.
Don Manuel aparece por detrás y yo me levanto de un salto para no hablar con él. Me dirijo al portátil que yace en medio del escenario, ajeno a toda situación de estrés, funcionando con una disciplina digital a la que no me tenía acostumbrado. Dani, el pequeño cuñado de Cristian está pronunciando una de las frases más emotivas del documental: “Yo estaba triste, porque no quería que se vaya..... sí, pero se fue”. El click sobre el botón de stop del reproductor no dejó a Dani pronunciar la última frase, y su cara melancólica mirando a ningún sitio quedó congelada en la pantalla de la sala. El poco público quedó en silencio unos instantes y yo no me vi capaz de alzar la vista a la sala. Tan solo un “me ha dicho Don Manuel que es tarde y hemos de cortar; lo siento” salió de mi boca. Los cuatro de Castellón nos quedamos como el pequeño Dani, sin habla, sin respuestas y con la rabia contenida. Mientras recogíamos los cables con la ayuda de nuestro encantador técnico, escuchamos a Don Manuel pedir disculpas por megafonía. No le presté atención, pues estaba ensamblando en mi mente el discurso de protesta para el organizador de tan desatinado evento.
No fue posible. Yo estaba triste, no quería que Don Manuel se fuera.... sí, pero se fue. Se esfumó. Se fue a cenar. Y el señor embajador. Mª Teresa también se quedó con las ganas. Tan sólo un par de personas nos pidieron la forma de acabar de ver el documental, pues les estaba gustando. Una mínima satisfacción en todo el día. Satisfacción, al fin y al cabo. Gracias a estas personas.
En todos los países hay personas poco serias, improvisadoras y desvergonzadas. No sé si Don Manuel ha reparado en la gran falta de cortesía en la que incurrió. No sé si ha sentido una sensación de vergüenza. Lo ignoro. Seguro que lo que Don Manuel no sabe es que él, como coordinador de todo aquello, estaba representando a una organización de ecuatorianos y, por extensión, a su país, delante de su embajador, delante de sus compatriotas y delante de miembros de la comunidad que les acoge. Don Manuel no sabe el daño que su falta de seriedad y rigor causa a su propio país. Don Manuel, por lo tanto, no es un digno representante de su país. Don Manuel alimenta los estereotipos más recurrentes sobre la capacidad de los latinoamericanos de cumplir los compromisos. Y los estereotipos se rompen demostrando que son falsos. ¿Lo son?
Y no, Don Manuel, no. No favorece la integración organizar un campeonato entre ecuatorianos, bolivianos y demás inmigrantes. Integrar es conocer y ser permeable a las cosas buenas que la cultura que te acoge ofrece, al mismo tiempo que se da a conocer lo bueno que la propia tiene. Eso es algo que un compatriota suyo dice en el documental y del cual aprendimos todo el equipo. Usted no hizo nada por integrar nuestra propuesta en “su” montaje. Usted priorizó su cultura y sus manifestaciones y eligió cortar el documental y no eliminar un par de bailes. Usted escogió quedar mal con sus invitados. Usted está equivocado.
Cenamos deprisa en la única tasca de Granada que todavía servía de comer a las 12 de la noche. Alfredo, acostumbrado por su profesión a la organización de actos con personalidades, seguía poniéndose en el lugar de Don Manuel: “A mí se me caería la cara de vergüenza”. A Don Manuel no se le ha caído nada. Bueno, para nosotros sí. Como mínimo, ya no tiene el “Don”.
Manuel a secas (sin el "Don")
Víctor Pérez, co-director y montador de “Ecuapop”
1 comentario:
Vaya romería. Por lo menos, esas cuatro personas que se interesaron por el documental compensan vuestros esfuerzos.
¡Un saludo!
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