Acaba de presentarse en la Comunidad Valenciana el Informe Anual sobre Migraciones e Integración CeiMigra 2008. Nos gustaría destacar algunas reflexiones del epílogo (páginas 349 y 350) de este informe acerca del papel que cada uno habrá de desempeñar en nuestro momento histórico actual. Bajo el lema “El compromiso con la dignidad de las personas” se afirma que con “la que está cayendo” en Europa tras la aprobación de la “Directiva de la vergüenza”, parece difícil seguir creyéndonos, sin más, la imagen de la culta, civilizada y solidaria Europa.
Salvo que la cultura pueda desvincularse, sin consecuencias, de la realidad, la Europa “culta” puede ser, en este momento, más que cuestionada. Los mensajes que, en ocasiones, se difunden, alentando la desconfianza, el miedo y el rechazo entre la población autóctona o previamente residente en Europa; los debates que se plantean en torno a si debemos o no “dejar entrar” a los inmigrantes en Europa, o la versión más actual de la “inmigración-0”; las afirmaciones acerca del coste generado por las personas migrantes a las sociedades receptoras; y, por supuesto, los diversos tópicos con que se inunda el “imaginario social” –del que todos formamos parte- parecen basarse más en el desconocimiento, en los prejuicios y en la búsqueda de votos fáciles, aunque sean peligrosos, que en la voluntad de aprender de la realidad social, ésa en la que todos aportamos nuestras opciones, nuestros valores y también nuestras limitaciones.
Salvo que la “civilización” sea compatible, para nosotros –que no para el resto del mundo-, con la desigualdad, la dominación, el empobrecimiento y la exclusión de los que no son “de los nuestros”, de los que no son “como nosotros”, la Europa “civilizada” puede ser también cuestionada. Es esta Europa la que ha aportado a la historia algunos elementos que, todavía hoy, deberían sonrojarnos ante el resto de la Humanidad. Lo insólito no es la barbarie que supusieron, por ejemplo, los siglos de dominación, explotación y latrocinio coloniales. Lo que resulta inaceptable es que esas formas de relación desigual e injusta se den todavía hoy, hacia “fuera de Europa”, a través de nuestras políticas “comerciales” o a través de la “externalización de fronteras”; y también hacia dentro, con la tolerancia de los ciudadanos y las instituciones europeas respecto de la desigualdad social, la pobreza, la marginación y la exclusión sociales o las discriminaciones –que algunos pudieron creer ya superadas- por motivos de sexo, étnica, cultura, religión, posición social y hasta por nacimiento. Más allá de la percepción de nuestro propio bienestar y desarrollo, estas situaciones siguen existiendo en el interior de la “civilizada Europa” y, por las prioridades visibles de nuestras instituciones –y las nuestras personales- no es fácil que tenga una respuesta ni una solución eficaz a corto plazo. Ahora bien, precisamente por ello, es urgente procurarlo.
Salvo que podamos afirmar, sin pestañear ni atragantarnos, que la “solidaridad” es compatible con las relaciones de “suma cero”, en las que unos ganan –evidentemente, nosotros- y otros pierden –todos los demás-, la Europa “solidaria” no parece ser muy defendible últimamente. Nuestra Ayuda al Desarrollo, nuestra cooperación y nuestras relaciones comerciales lo corroboran y, justamente por ello, deberían cuestionarnos hacia dónde vamos y queremos ir.
Cuando, en Europa, la crisis económica se utiliza como argumento para endurecer las posiciones políticas o para restringir la protección y garantía de los derechos humanos, especialmente contra las personas migrantes, el resto del mundo nos observa con estupefacción. Porque demasiados países han vivido una situación de crisis permanente en los últimos siglos. Porque el proteccionismo con el que hemos respondido en un tiempo récord para proteger los beneficios de algunas empresas socializando sus pérdidas cuando antes se habían privatizado sus ganancias, no se ha aplicado ni utilizado con anterioridad para proteger la vida y la dignidad de cientos de millones de seres humanos, ni siquiera en las últimas décadas.
¿Cómo promover el desarrollo que decimos perseguir, sin modificar nada de nuestra posición de poder, de privilegio, de dominación y de exclusión? Ni nuestro modelo de desarrollo es sostenible en términos ambientales ni energéticos, ni tampoco en términos sociales y de desigualdad.
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