viernes, 28 de marzo de 2008

DIARIO DE VIAJE DE LA INMIGRANTE: LA VISITA A LOS DE ALLÍ

Día 27 de Marzo de 2008

LA CRISIS, LA EMPATÍA

Teníamos que volver a Quito, porque la agregada cultural de la Embajada de España nos esperaba a las 10 de la mañana. Por eso nos levantamos a las cinco y media de la mañana (ojo, no nos pareció para nada temprano, si decimos que por culpa del cambio horario venimos despertándonos entre las cuatro y media y las seis). Nos esperaba el desayuno de los panes ricos, los últimos minutos de la compañía de Marielena, su abrazo de despedida y el taxi que nos llevaría de vuelta a la ciudad.

Es asombroso el hecho de tardar tres horas (o un poco más) para recorrer una distancia de menos de doscientos kilómetros. Las carreteras no estaban tan mal, pero sí hay mucho tráfico, y muy poco respeto por las reglas básicas del buen conductor. Ni les cuento cuando entramos a Quito: los atascos son tan normales como lavarse la cara por la mañana.

Llegamos bien, nos dio tiempo a ducharnos y ponernos lindos. Nos esperaba Minerva y luego se sumó su jefa, una agregada cultural cuya presencia, discurso y formas sólo me inspiraron respeto y admiración.

Cumplimos con nuestra reunión y dedicamos el resto del día a mirar el material rodado y a planificar el resto del viaje: estamos muy conformes con lo que hicimos hasta ahora, y ya vamos llegando a la recta final. Nos organizamos tan bien que seguramente tendremos tiempo para ir mañana al teatro con Luz y Stalin.




Por la noche, solicitamos un taxi en el hotel para que nos llevara a alguna otra zona como La Mariscal (el barrio donde nos robaron). Mientras esperábamos el taxi, una señora extranjera pero que hablaba muy bien el español, solicitó un patrullero de la policía para que la acompañara a su vehículo, ya que había visto “movimientos raros” en el barrio. La policía llegó, y la acompañó sin poner objeciones. La gente que no pertenece a Latinoamérica no puede entender que la gente deba vivir con el constante miedo en el cuerpo. Yo tampoco, por eso me fui de mi país. Y todavía no comprendo cómo mis padres han llegado a acostumbrarse a vivir en una cárcel: una casa preciosa con alarma, rejas y próximamente, portón automático.

Ahí recordé cuando Mauricio, en el viaje de ida hacia Baños, me dijo: “es libre el que no depende del gobierno. Y yo soy libre”. Siento contradecirte, Mauricio, pero no creo que estés acertado: dices no tener miedo porque has tenido la suerte (sí, esa puta suerte del que gana la lotería) de que no te hayan robado. Pero por el sólo hecho de caminar por la calle con miedo, sujetando el bolso y mirando hacia todos lados, has perdido la libertad: tu pueblo (como el mío, por supuesto) ha perdido la libertad. Nadie se salva de la cárcel mental en Latinoamérica. Y tú tampoco, porque dices no tener miedo, pero sientes la maldita melancolía de no tener a tu familia cuando la quieres o la necesitas: eso tampoco es ser libre.

La recepcionista del hotel nos recomendó una zona que se llama Plaza de las Américas, que resultó ser un centro comercial con patio de comidas y tres locales comerciales. Asomamos la cabeza hacia fuera, para ver si la zona valía la pena ser recorrida, pero sólo vimos grandes avenidas y de sólo pensar en pasar por cinco metros de oscuridad nos hacía temblar las piernas.

Terminamos en un restaurante italiano porque ni siquiera había uno de comida autóctona. Y allí Alfredo, que había estado callado casi todo el día (hasta llegué a pensar que estaba enfadado con nosotros por algo) escupió lo que sentía. Pensaba y se preguntaba si la gente con la que habíamos estado (las mujeres maltratadas, las hermanas misioneras, los indios quisapincha) se habría sentido violentada por nuestra visita. ¿Qué pensarían de nosotros, grabando y sacando fotos, llevando algo de ropa y otros objetos para regalar? ¿Qué piensa y qué opinión formada tiene de nosotros una persona que vive, en algunos casos, gracias a la caridad de los demás? ¿Qué piensa esa persona cuando tiene a esa otra que le ayuda a 20 centímetros de distancia? ¿Cómo me sentiría yo ante una persona que viene a controlar si sus ayudas han valido la pena? ¿Quiénes nos creemos que somos al condenar la comida digna, decente, de un grupo de religiosos que entrega su vida para ayudar (bien o mal) a los demás? ¿Es que ellos no se merecen lo mismo que nosotros?

Claro, yo ya me había flagelado en el blog del día 25 de marzo, pero él todavía no había tenido la forma de hacerlo. Y ahí estaba, culpándose por haber prejuzgado y elaborado pensamientos que resultaron totalmente erróneos. Víctor, por su parte, no se sentía tan mal porque sus ideas se habían correspondido con lo que había visto (admiro su claridad para elaborar argumentos, y ¿por qué no? consuelos).

La botella de vino que bebimos tampoco sirvió de mucho. Tal vez otro consuelo sea hacer de Ecuapop una obra que lleve al público a la crisis que nosotros estamos padeciendo ahora, e incluso, podríamos agregar en el menú del DVD el siguiente apartado:

“Manual de instrucciones para crear seres empáticos”.

Sobre la empatía, el equipo de Ecuapop sabe bastante. Y no es chulería argentina, sólo relativilization.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los que vienen de fuera van un poco de sobrados, y eso es lo que os pasa. Eso es "aterrization"

mondi dijo...

Os seguimos apasionadamente. Pero yo a lo mío ¿se está comentando algo por ahí sobre la expedición española de AL FILO DE LO IMPOSIBLE al Daulaghiri en la que el alpinista ecuatoriano Iván Vallejo puede convertirse en uno de los pocos hombres que han ascendido los 14 ochomiles? Podríais presumir de conocerlo y de estar preocupadísimos en el tema a ver si así os recibe Correa

Besos de la familia
JAVI MUNARRIZ

Anónimo dijo...

aja